viernes, 13 de mayo de 2011

No vuelvas a marcharte.

E inesperadamente me atrae hacia sí. Y me da un beso que me envuelve, que casi me rapta, me aspira, me succiona,... Bueno, no sé como explicarme... Todavía no tengo tanta práctica. Pero, en fin, que se apodera de mí y me deja sin aliento, sin fuerzas y sin pensamientos. Y os juro que la cabeza comienza a darme vueltas, y entonces abro los ojos y veo las estrellas. Y por un instante veo pasar una luz por encima y me gustaría decir ahí está mi estrella fugaz, y querría expresar mil deseos, pese que al final solo tengo uno: él. Ha llegado el momento y no tengo necesidad de pedir nada. Mi deseo ya se ha cumplido. Soy feliz. Feliz. ¡Soy feliz! Y me encantaría poder gritárselo a todo el mundo. Pero, en cambio, permanezco en silencio y sigo besándolo. Y me pierdo en ese beso. Pero, ¿es esto el amor? ¡Y sabemos a sal, a mar y a amor! Bah, sí quizá sea eso. Y nuestros labios son muy suaves, como cuando luchas sobre uno de esos botes neumáticos y resbalas, pierdes el equilibrio, te ríes y caes al agua. Solo que la nuestra no es una lucha. ¡No! Lo nuestro son besos dulces, primero lentos y después repentinamente veloces que se mezclan con el viento de la noche, con el ruido de las olas y el sabor a mar. Y yo respiro profundamente.

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